Superman está solo
y come chocolate
sentado en el cordón de la vereda
de una calle de Nueva York.
Busca con los ojos algo,
quizás un gato muerto en medio de la calle
un diario viejo,
un policía,
un perro.
Está sentado en su mundo,
contemplándolo,
pero igual sigue buscando con los ojos
en esa noche en que no tiene que volar
como un vampiro
sobre las ciudades y los mares.
Y Superman recuerda,
es un enorme niño recordando
y la calle se llena por un instante de juguetes
un robot negro,
un soldado verde,
una ametralladora gris
lanzando chispas rojas
que hacen de la muerte sólo un juego.
Todo está en orden, piensa,
su gente duerme tibia
detrás de sólidas paredes
y sigue recordando
y en la calle hay cada vez más juguetes
y tiene muchas ganas de hablar con alguien
con cualquiera,
tiene ganas de recordar con un amigo
alguna chica,
pero Superman no tiene amigos
nunca pudo ocuparse de esas cosas.
Nieva,
pero Superman no tiene frio
o quizás sí,
por primera vez
ahora que está quieto y recuerda
y que no tiene
ningún muerto caliente entre sus manos
aunque tampoco tiene ganas de matar.
Tengo frio, dice
y no hay nadie para contestarle
ningún hombre que deje su cama
baje a la calle
y le diga
-mi viejo Superman, vamos a echar un
trago-
no hay ninguna muchacha
que quiera entibiarlo con sus muslos
sólo una está cerca suyo,
en el cartel del cine que está enfrente.
Superman la mira
y quiere hablarle
pero él no sabe hablarle a una muchacha
entonces le aúlla
como un perro a la luna,
pero ella no baja del cartel
y ni siquiera habla
sólo esa sonrisa
y su cuerpo de papel y color
sigue allí
y las manos de Superman
tratan de abrigarse
y bajan por su piel
que también está helada
y llegan a su sexo
y Nueva York es un cadáver
y Superman ya no puede volar
sólo puede masturbarse
en la calle vacía
y es sólo un hombre
que muere de soledad
en un paraíso de cemento.
Raúl Núñez. Marihuana para los pájaros. Ediciones de Baile del Sol, 2008.