Frutos secos
MIRAR,
perder el tiempo,
desviarlo.
La cabeza giraba ante la sombra
de una farola y cada indicio era
una invitación a enfermar:
la cortina oscilante -el latido-
y la mano tatuada -el sol.
Las mudanzas arruinan
los presentes de otros
y como siempre que no vas a llegar, te espero
con un plato delante.
Es lo más parecido a una experiencia
de vacío. En la fuente amarilla,
al lado de la fruta, dejas
-un corazón el abridor metálico-
las nueces arrugadas.
Es el sobrante de maternidad
que añades a las cosas.
Si nos acompasamos,
los pulmones celebran
el eco disecado de algún rito.
Cuando, para llevarte
la contraria, madrugue
y prepare café,
te tocará limpiar.
Carlos Pardo. ECHADO A PERDER. VISOR LIBROS, 2007.
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