EL PACTO
Jugábamos a las muñecas en aquella casa donde nuestro padre se tambaleaba con el cuchillo de Acción de Gracias, donde nuestra madre sollozaba al mediodía sobre un trozo de
queso fresco, pidiendo en sus oraciones fuerzas para no
suicidarse. De rodillas sobre los
cuerpos de goma, las bañábamos
con mimo, les frotábamos las manitas
naranjas, las arropábamos bien arropadas,
les dábamos las buenas noches, nunca hablábamos de la
mujer como una herida abierta
llorando en las escaleras, del hombre como un búfalo
atrapado, desconcertado, aturdido, arrastrando
flechas en el pellejo. Como si hubiéramos hecho un
pacto de silencio y protección, nos arrodillábamos y
vestíamos esos torsos diminutos con sus ombligos
elegantes y sus minúsculos orificios
en la parte superior del trasero para hacer pis, y toda esa
oscuridad en sus bocas abiertas, de tal manera que no
he sido capaz de perdonarte por abandonar a tu
hija, dejándole marchar con
ocho años como si agarraras a Molly Ann o
a Lagrimitas y le metieras la cabeza
bajo el agua en la bañera de juguete
hasta que no subían ya burbujas, o lanzases su
cuerpo rosáceo al fuego que
ardía en esa casa en la que tú y yo
sobrevivimos a duras penas, hermana, en la que
juramos ser las protectoras.
LOS MUERTOS Y LOS VIVOS. Sharon Olds. Bartleby Editores, 2006.
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