domingo, 26 de febrero de 2012

Elegy por Willie. Carla Badillo Coronado


Ahora sé por qué las calles de North Beach
olían a flores secas.
Willie ha muerto como un niño de cuna,
sin cuna.
Y yo no pude acompañar su último canto.
La lluvia cae en trozos azules,
golpeando mi pecho como las buenas canciones.


¿Con qué se untan los cadáveres
de quienes se pierden entre el crack y el tiempo?
Los perros cambian sus ladridos
por canciones de blues en las esquinas.
Yo cambio mi tristeza por una copa de vino.
Willie fue un hombre de vino.
Aunque varias veces lo acompañé a la calle Broadway
a comprar vodka barato.
Y luego él tomaba de a poco
mientras me cantaba en el callejón de
 Specs
,frente a los trapecistas de sueños.


¡Oh, pequeño gran Willie!
Ribbie no sabe que has muerto
aunque ya se lo contaron.

Ella da piruetas en Columbus
mientras los turistas la miran con sospecha.
Mark me dio la noticia a las dos de la mañana.
Y yo lloré como una niña perdida
(no lloro sólo tu muerte).
Y ahora te ofrezco esta copa frente a tu no-tumba,
frente a la calle, fosa común de otros equilibristas.


¡Oh, Willie!
Llueven perros azules sobre la gente de North Beach.
Pero ellos siguen caminando sin entender la nostalgia.
Tú pulverizaste una armónica en tus dedos
y cantaste a los que vendieron almas
en los cruces de caminos que no conducían a nada.


Ya no me asusta la lluvia, Willie,
ni los perros ni la muerte.
Me asusta la vida, el tiempo y la distancia.
Llueven perros azules sobre las calles de North Beach.
Y caen uno tras otro sobre mi espalda.
Llueven y me mojan.
Y me muerden.
Y me lamen las heridas.
Y no se cansan de ladrar tu nombre.


Yo quemé un pájaro con mis ojos, Willie,
para escribirte este poema con cenizas.



Carla Badillo Coronado. "Poesía en los bares" (Groenlandia, 2012).



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