Ahora sé por qué las calles de North Beach
olían a flores secas.
Willie ha muerto como un niño de cuna,
sin cuna.
Y yo no pude acompañar su último canto.
La lluvia cae en trozos azules,
golpeando mi pecho como las buenas canciones.
¿Con qué se untan los cadáveres
de quienes se pierden entre el crack y el tiempo?
Los perros cambian sus ladridos
por canciones de blues en las esquinas.
Yo cambio mi tristeza por una copa de vino.
Willie fue un hombre de vino.
Aunque varias veces lo acompañé a la calle Broadway
a comprar vodka barato.
Y luego él tomaba de a poco
mientras me cantaba en el callejón de
Specs
,frente a los trapecistas de sueños.
¡Oh, pequeño gran Willie!
Ribbie no sabe que has muerto
aunque ya se lo contaron.
Ella da piruetas en
Columbus
mientras los turistas la
miran con sospecha.
Mark me dio la noticia a
las dos de la mañana.
Y yo lloré como una niña
perdida
(no lloro sólo tu muerte).
Y ahora te ofrezco esta
copa frente a tu no-tumba,
frente a la calle, fosa
común de otros equilibristas.
¡Oh, Willie!
Llueven perros azules sobre
la gente de North Beach.
Pero ellos siguen caminando
sin entender la nostalgia.
Tú pulverizaste una
armónica en tus dedos
y cantaste a los que
vendieron almas
en los cruces de caminos
que no conducían a nada.
Ya no me asusta la lluvia,
Willie,
ni los perros ni la muerte.
Me asusta la vida, el
tiempo y la distancia.
Llueven perros azules sobre
las calles de North Beach.
Y caen uno tras otro sobre
mi espalda.
Llueven y me mojan.
Y me muerden.
Y me lamen las heridas.
Y no se cansan de ladrar tu
nombre.
Yo quemé un pájaro con mis
ojos, Willie,
para escribirte este poema
con cenizas.
Carla Badillo Coronado. "Poesía en los bares" (Groenlandia, 2012).
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