martes, 26 de noviembre de 2013

EL DESORDEN DE NOVIEMBRE. María Jesús Silva




PRESENTACIÓN DE

EL DESORDEN DE NOVIEMBRE, DE MARÍA JESÚS SILVA

28 (JUEVES), 20H
BIBLIOTECA DE BABEL

C/ ARABÍ 4
PALMA DE MALLORCA



lunes, 18 de noviembre de 2013

W La uve vista por un borracho


W
La uve vista por un borracho

Las agallas del tuétano tienen hélices
Hélices que se anudan a las ramas del vestíbulo
Bajo un pene de bebé que orina avionetas contenidas en una barra de pan con caña de pescar en las entrañas
El hombre vestido de comunidad saluda con su enchufe de neopreno entre el bigote y el café
A la salida de los bares siempre el bombero comprueba el estado del balón
Mi querida Querida
Soy peleón
Un economista hace ballet mientras dos poetas apalean a una guitarra que sangra labios con forma de O.


Inacabado


miércoles, 13 de noviembre de 2013

Galletas bañadas en verde...


Galletas bañadas en verde
Se esparcen por miradas verticales
Cubiertas de bonitos
Manos de plata quisieron latir
Florecer como relojes en los prados
¡Migas de pan son el futuro de los gallos!
Galletas mojadas
En la boca llevaba la nieve al volar
¡Migas de pan son el futuro de los gallos panaderos!


sábado, 9 de noviembre de 2013

LA GUERRA AJENA. David Morán


NUEVO LIBRO DE GROENLANDIA


LA GUERRA AJENA, de David Morán

Con prólogo de Israel Álvarez, epílogo de Luis Amézaga y fotografías de Felipe Solano

“Utilizando una poesía que no entra en la métrica ni en la rima, sino que expulsa y vomita las cosas tal como son, y tal como salen de los espíritus comprometidos, La Guerra Ajena nos susurra, gritando, que actuemos frente al mundo, con la sensibilidad que requiere tal labor. Veintidós poemas son suficientes para decir exactamente lo que se ha de decir”.
(Del prólogo de Israel Álvarez)

Disponible en todas las plataformas de lectura:




jueves, 7 de noviembre de 2013

LA PELUCA DE LAS COSAS II (AFTER NIETZSCHE). Alberto Santamaría


Nada en este retrato nos es familiar. Esa camisa, tu abuelo,
la luz, el cenicero cuyo fondo ennegrecido
hace imposible todo acto visionario, son sólo
formas de decir, o, mejor, de expulsar
la escasa posibilidad de salir bien parados
de esta fórmula
que llamamos mundo,
belleza en ocasiones, las menos, es cierto.
Si pudieses congelar la imagen
observarías con el zoom preciso
las estrías, la ceniza, las marcas porosas
que el deseo filtra
como una pared húmeda
entre tus cosas.
Pero pedir gratitud
es de idiotas,
igual que pedir que la lluvia
con su espíritu militar
sea selectiva. Será mejor
buscar en otra parte. Tu ciudad es un buen sitio.
La avenida estrecha,
ribeteada por gruesos y elevados plátanos,
árboles tal vez del otro mundo. Es ahí donde vivimos.
Son las ocho.
Estará a punto de cerrar la tienda.
Con un pie empujará la reja metálica
hasta el suelo. Cuenta las monedas que tiene en el
bolsillo.
La imagen se deshace, su belleza
oscura es casi nieve
al borde de la carretera.
Sería inútil repetir este gesto
un millón de veces. Nada cruje a nuestro paso. Es la vida.
Volvamos al principio. Sí. Buena idea.
En el frutero brillan
de nuevo
rojas y apiladas
las manzanas.


Alberto Santamaría. PEQUEÑOS CÍRCULOS. DVD EDICIONES, 2009.


domingo, 3 de noviembre de 2013

PRÁCTICA DE LA UTOPÍA. Diego Doncel


También yo me he puesto a conducir esta noche,
como todas las noches de este último tiempo,
con la esperanza de escaparme de aquí.
Llevo la camisa henchida por la brisa
y la luna delante incendiando de mercurio
las aguas del océano.
La radio, sintonizada en un canal muerto,
es un desierto más que me acompaña.
Paso junto a tierras muy usadas sobre
las que pesan planes de especuladores turísticos
que prometen una vida feliz.
El aire está cargado de un blanquecino gas azul
y el cielo es una lámina cambiante
con remolinos de polen, destellos de bruma
y corrientes polvorientas.
En lo alto del parabrisas, libres en el viento
nocturno, los cables telefónicos
sacuden constantemente la forma lejana
de los astros con un leve temblor.

Ya sé que nada va a salvarme,
que ya no soy siquiera aquella bella idea
nacida de la mente de los hombres,
pero me reconforta huir.
De ser algo, soy la conciencia
de lo que no se alcanza ni siquiera a soñar,
una nada muy vieja que ofrece
a las gaviotas un poco de pescado
en la escollera del puerto
y gusta de contemplar su vuelo.

Las curvas se inclinan suavemente
en un húmedo resplandor,
y los colores dorados y cobrizos del asfalto
poseen irisaciones marinas, como escamas.
Los faros de algún coche, en la calma
transparente del salitre,
rotan por el litoral como lo hace
un planeta lejano por su órbita.

Es cierto que tengo muy poca fe,
que apenas espero nada, sobre todo de mí mismo,
pero me consuela observar esas estelas de nubes
blancas y grises como paños
con los que alguien limpia el cielo,
los ojos de una estrella que, venciendo
la distancia que nos separa,
hago que se encuentren con los míos.

Como cada noche, cruzo la línea pintada
en el suelo y conduzco ilegalmente
por el carril de dirección contraria.
La mirada se pierde no en el tramo de carretera
que tengo ante mí, sino en las altas
profundidades astrales.
No me hago ninguna pregunta.

La sensación de volar es muy intensa
cuando traspaso la arista de los cambios de rasante.
Las explosiones del motor, el ruido
con que el alquitrán succiona los neumáticos,
el roce de la chapa y de los plásticos,
me hacen pensar en las explosiones
de hidrógeno y de helio de allá arriba,
en el movimiento de la materia celeste,
en la energía de la luz cruzando el espacio.


Diego Doncel. En ningún paraíso. Visor Libros, 2005.