jueves, 6 de marzo de 2014

EL DÍA EN QUE SE ACABA LA CANCIÓN. Leopoldo María Panero


Cuando el sentido, ese anciano que te hablaba
en horas de soledad, se muere
entonces
miras a la mujer amada como a un viejo,
y lloras.
           Y queda
huérfano el poema, sin padre ni madre,
y lo odias,
aborreces al hijo colgando
como un aborto entre las piernas, balanceándose allí
como hilo que cuelga o telaraña,
cuando el sentido muere,
como un niño
castrado por un ciego,
al amparo de la noche feroz, de la noche:
como la voz de un niño perdido aullando en 
el viento
el día en que se acaba la canción, dejando
sólo un poco de tabaco en la mano,
y la ciudad ahora, las
ciudades convertidas en vastas plantaciones de tabaco,
y la mano
asombrada toca la boca sin labios
el día en que se acaba la canción, y se pierde
el hombre que a sí mismo le daba el nombre de alguien,
al dar la vuelta a una esquina, un atardecer sin música.
El día en que se acaba la canción el dolor mismo
es sólo un poco de tabaco en la mano,
y las palabras
son todas de antaño, y de otro país, y caen
de la boca sin dientes como un líquido
parecido a la bilis,
                                     el día
en que se muere el sentido, ese
asesino que al crepúsculo hablaba y al
insomnio susurraba palabras y cosas,
                                                                             el día
en que se acaba la canción miras
a la mujer amada como a un viejo, y
con la cabeza entre las piernas,
frente al mundo abortado, lloras.


Leopoldo María Panero. Poesía Completa 1970-2000. VISOR LIBROS, 2001.

Hoy es el día en que se ha acabado la canción
D.E.P. Leopoldo María Panero


   

1 comentario:

  1. Inexcusable, no reconocerlo. En el horno del cerebro se cuece el pan poético. Las musas desnudan su ballet detrás de las barras del café -el strip-tease de la bragueta es un cuadro de esencias parecido el vicio burgués de escribir versos sin vulgaridad-. Se nos fue un grande, no deberíamos dudarlo. Diría que la canción se renueva detrás de la bilis y del aborto sin fe que arrancamos con tenazas de la palabra. Una mirada oculta, también ocultada, soberbia y desoladora (la música del abismo es la que mejor reconoce el oído). Fuiste ese ciclista de corazón infartado que no desistió de luchar. Antaño, o en otra existencia, ensalzarían todas tus humanas virtudes; pero -febril vanidad- sólo eres un hijo de esta España de telarañas (una cumbre de ocho mil en una tierra de bajezas).

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