viernes, 6 de julio de 2018
59. Manuel Vilas
Un día dejó de preocuparse de su coche. un Seat Má-
laga antiguo. Siempre se había angustiado por su coche
obsesivamente, por cuidarlo, por tenerlo siempre en per-
fecto estado. Lo abandonó en un garaje y dejó de conducir.
Fui yo mismo a ver el coche, y estaba lleno de polvo.
Se lo dije: "Papá, el cohe está lleno de polvo".
Me miró, y parecía que eso sí le hacía mella.
"Era un buen coche, haz lo que quieras con él", dijo.
Cuando se desentendió de su coche, supe que mi pa-
dre iba a morir pronto; supe que eso era el final.
Fue uno de los momentos más tristes de mi vida, mi
padre me estaba diciendo adiós por una máquina inter-
puesta.
En vez de decirme: "Tenemos que hablar, esto se aca-
ba", me dijo: "Era un buen coche". Dios mío, cuánta her-
mosura. Viniera de donde viniera el espíritu de mi padre,
estaba tocado del don de la elegancia, del don de lo inespe-
rado, de la ingenua originalidad.
Del estilo.
Me senté en una silla de la cocina, y me lo quedé mi-
rando. Me puse muy nervioso. Me angustié mucho. Solo
yo en todo el universo sabía lo que significaban esas pala-
bras, "haz lo que quieras con él".
Me estaba diciendo algo devastador: "Haz lo que quie-
ras conmigo, no percibo tu amor".
No percibo tu amor.
No te amé lo suficiente, y tú a mí tampoco.
Fuimos condenadamente iguales.
Manuel Vilas. Ordesa. Alfaguara, 2018.
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