Cuando estás satisfecho
vuelves a casa
la dejas abierta
y sueltas a los perros.
No me enfrento a ellos
pero conocen mi olor
me encuentran en la basura
me acosan hasta el sótano.
Desde la puerta
me ladran y me
ridiculizan y me
impiden salir
el tiempo que les parece.
A veces
me dejo comer las manos
durante unos minutos
siento su hocico cálido.
Tú ya ni siquiera
reconoces mi sangre en sus bocas
y cuando vuelvan a ti
enfermos, hambrientos
cansados de perseguirme
hundirán de nuevo su hocico
en el plato de tu puerta.
Irene la Sen. Cal. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2010.
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