I
Entraba en el hígado como un emperador romano
en Judea, ajusticiaba hombres y quemaba cosechas,
y éramos felices ante tanto horror y muerte, muy felices.
Era tan hermoso ver ese fuego, y a esos ahorcados.
Solo confío en los borrachos: ellos han visto el sexo de Dios.
Los borrachos, los alcohólicos, son la prueba
de que el Amor existe.
Sube a mi cabeza, y cuando subes, la vida es una frenética
fiesta.
Nunca pensé que acabaría amándote tanto.
Y eso que tú bien poco me querías: me mandabas
directamente a la destrucción,
me dejabas tirado en medio de la calle,
mal camarada tú.
"Pero de algo hay que morir, hijodeputa", decías
en noches inolvidables que ya no recuerdo.
Oh, dejadme entrar en la hermosa cofradía:
Francis Scott Fitzgerald, Dylan Thomas,
Edgar Allan Poe, James Joyce, Hemingway,
William Faulkner, Charles Baudelaire.
Dejadme beber con vosotros hasta el fin del mundo.
Me da pena ver que no haya grandes alcoholizados
entre los genios literarios de España; Azorín,
Baroja, Machado, Lorca, Unamuno
¿por qué no bebisteis más?
Valle, tú, Valle-Inclán, ¿cómo
la aguantaste, a España me refiero,
sin beber hasta la consumación
de nuestro hispánico y dorado y católico hígado?
Como mucho, nos bebíamos el vino de la misa,
cuando oficiábamos de monaguillos
en los colegios de curas de España,
siendo el de monaguillo un codiciado puesto.
II
Oh, grandes borrachos
y alcoholizados de la noche del mundo,
vuestro ardiente fracaso
conmueve a las estrellas y a Jesucristo,
delantero centro
del Real Madrid
ad eternam.
Oh, grandes acabados,
tirados en una esquina,
metidos en los cajeros automáticos
con vuestras mantas raídas,
en los cajeros automáticos
de Madrid, de Barcelona, de París,
de Soria, de Nueva York, de Londres, de Huesca,
de donde sea,
os amo.
Todos estáis desnudos en mí.
Et in Arcadia ego.
Manuel Vilas. El hundimiento. Visor Libros, 2015.
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