Abrí los ojos y tenía fotogramas de Antichrist en el cerebro y al cabo de un instante estaban quitadas porque estaba en casa de Joanna y comprendí algo así como que ya no tendría que ir a la guerra nunca más para ver mundo
Salí a la terraza y allí estaba ella en su bikini rojo desayunando sentada en una silla de mimbre
Yo vestía los viejos vaqueros negros que huelen a colegio a iglesia a hospital y a tanatorio dependiendo de la nariz
Me preguntó si no tenía calor en ellos
Miré sus piernas
Por ellas crecían santos prometiendo el paraíso y un Dios de verdad y supe que había dejado de ser el cadáver que por las noches chupaba la sangre de los vivos porque en esos muslos estaba el banquete del cuerpo y la sangre de Cristo y yo podía alcanzarlos con las manos
Me llevé los dedos a la nariz y todavía me olían a los guantes de boxeo
Joanna nunca miraba mis combates ni leía mis poemas pero me besaba las manos y las apretaba contra sus mejillas mientras me hablaba de los hijos que me dará de la casa en la que viviremos y lo mucho que luciría en nuestro salón aquel tresillo retro que vimos en El Apartamento esa tarde caminando por Malasaña
Yo decía que la felicidad es un pájaro resbaladizo y que en Madrid los únicos pájaros que pían están en los semáforos
Di un sorbo al café que ya estaba frío y noté con la lengua irregularidades en el borde de la taza que tenía de motivo una viñeta de cómic donde una chica rubia mediante un bocadillo pintado en la esquina derecha decía algo acerca de la autenticidad mientras tomaba el sol sobre una toalla roja en la que ponía “Siempre Coca-Cola”
Me fijé que en la chica y también en lo que decía había imperfecciones y que el color estaba algo arrugado del uso y del lavaplatos
En Antichrist la felicidad tenía el cerebro cubierto de pelo y dentro en el yacimiento de su sótano junto al tesoro estaba la fundación del grito callado de ¡ALELUYA! porque en la salida algo lo tapaba enmudeciéndolo y comprendí que el ático donde vivía Joanna era un anti-sótano en el que se podía ver el cielo de un color azul azafata y gritar un ¡ALELUYA!
Yo siempre le decía que era un tío un poco esquinado y eso que perdonara mi aspereza
Aquella mañana estaba tan límpida que hacía que el cabello dorado de Joanna fuese un chorro de Moët Chandon infinito escanciando una copa interminable de cristal muy fino y de pie larguísimo y le hice una foto con la cámara del móvil posando con el Rimbaud de Leopoldo María Panero que dice
“Es azul
El color del espanto
Y Amarillo
El color del odio
Blanco
El color de la muerte
Y de la nada”… Y pude decir un ¡ALELUYA! porque sentí estar profundamente enamorado de ella.
“Necesito reconstruir la historia de nuestro amor para captar todo su sentido. Gracias a ella, somos los que somos, uno por el otro y uno para el otro. Te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos”.
André Gorz.
Del poemario inédito "15 Imágenes de Joanna en Varsovia".
no mames!!!!!!!
ResponderEliminarme ha gustado mucho