Palparon los de la ambulancia el cuerpo,
frío, lo subieron, pesado como el hierro,
a la camilla, le intentaron cerrar
la boca, le cerraron los ojos, ataron
los brazos a los lados, apartaron un mechón
de pelo enredado, como si importara,
vieron la forma de sus pechos, aplastados por
la gravedad, bajo la sábana,
se la llevaron, como si se tratara de ella,
escaleras abajo.
Esos hombres nunca fueron los mismos. Salieron
después, igual que hacían siempre,
a tomar una copa o dos, pero no podían
mirarse a los ojos.
Dieron sus vidas
un vuelco - uno sufría pesadillas, dolores
extraños, impotencia, depresión. A otro
no le gustaba su trabajo, su mujer le parecía
diferente, sus hijos. Incluso la muerte
se le antojaba distinta - un lugar donde ella
le estaría esperando,
y el otro se encontró a sí mismo por la noche
en el umbral de la habitación del sueño, escuchando
a una mujer respirar, tan sólo una mujer
normal
respirando.
Sharon Olds. LOS MUERTOS Y LOS VIVOS. Bartleby Editores, 2006.
extraños, impotencia, depresión. A otro
no le gustaba su trabajo, su mujer le parecía
diferente, sus hijos. Incluso la muerte
se le antojaba distinta - un lugar donde ella
le estaría esperando,
y el otro se encontró a sí mismo por la noche
en el umbral de la habitación del sueño, escuchando
a una mujer respirar, tan sólo una mujer
normal
respirando.
Sharon Olds. LOS MUERTOS Y LOS VIVOS. Bartleby Editores, 2006.
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